Historias verdaderas e inventadas — КиберПедия 

Индивидуальные и групповые автопоилки: для животных. Схемы и конструкции...

Своеобразие русской архитектуры: Основной материал – дерево – быстрота постройки, но недолговечность и необходимость деления...

Historias verdaderas e inventadas

2017-09-30 250
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EL AVIÓN DE LA BELLA DURMIENTE

Era bella, con una piel tierna del color del pan y los ojos verdes. Tenía el cabello liso y negro hasta la espalda. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural, pantalones de lino crudo y zapatos elegantes. “Ésta es la mujer más bella que he visto en mi vida”, pensé cuando la vi pasar, mientras yo hacía cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle[72] de París. Fue una aparición que existió sólo un instante y desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.

Yo estaba en la fila de registro y la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi distracción y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar. Como me daba lo mismo, me entregó la tarjeta de embarque con el resto de mis papeles. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de cerrarse a causa de la nevada y que todos los vuelos estaban cancelados.

Entonces decidí buscar a la bella pero no estaba en ninguna parte: ni en la sala de espera de primera clase con rosas vivas en los floreros y la música sublime, ni fuera donde la gente de todo tipo estaba acampada en los corredores sofocantes con sus animales, sus niños y sus enseres de viaje.

A la hora de almuerzo las colas se hicieron interminables frente a los siete restaurantes, las cafeterías y los bares. Lo único que alcancé a comer fueron los dos últimos vasos de helado. Los comí mirándome en el espejo del fondo y pensando en la bella.

El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de la noche. Una azafata me condujo a mi sitio y me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el aire de los viajeros expertos. La saludé, pero ni contestó. Sólo pidió al sobrecargo en francés un vaso de agua y cuando se lo trajeron tomó dos pastillas doradas. Después dijo que no la despertaran[73] por ningún motivo durante el vuelo. Por último bajó la cortina, extendió la poltrona a máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa las ocho horas y doce minutos que duró el vuelo a Nueva York.

Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer bella, por eso me fue imposible escapar al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado.

Hice una cena solitaria. Antes de cada trago, levantaba la copa y brindaba: “¡A tu salud, bella!” Terminada la cena[74], apagaron las luces, dieron película para nadie, y los dos nos quedamos solos en la penumbra del mundo. Entonces, contemplé palmo a palmo a la bella durante varias horas. Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas perfectas, las uñas rosadas, y un anillo liso en la mano izquierda. Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando dormir a las muchachas más bellas de la ciudad. Aquella noche, velando el sueño de la bella, lo viví a plenitud.

− Quién iba a creerlo[75] – me dije, − yo, anciano japonés a estas alturas.

Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña y los fogonazos mudos de la película, y me desperté con la cabeza agrietada. La bella se despertó sin ayuda en el instante en que se encendieron los anuncios del aterrizaje. Estaba aun más bella y lozana. No nos dimos los buenos días. Ella se quitó el antifaz, abrió los ojos radiantes, enderezó la poltrona y se puso a hacerse un maquillaje rápido y superfluo. Y todo eso sin mirarme. Cuando abrieron la puerta, se puso la chaqueta de lince, pasó por encima de mí con una disculpa convencional en castellano puro de las Américas, se fue y desapareció en la amazonia de Nueva York.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cómo era la bella? ¿Cómo estaba vestida?

2. ¿Dónde y cuándo la vio el autor?

3. ¿Qué le advirtió al autor la empleada al entregarle sus papeles?

4. ¿Dónde buscaba el autor a la bella?

5. ¿Cómo pasó el almuerzo? ¿Qué comió el autor y en qué estaba pensando en aquel momento?

6. ¿Cuándo salió el vuelo?

7. ¿Quién fue el vecino del autor en avión?

8. ¿Cuáles fueron las preparaciones de la bella para el vuelo?

9. ¿Cómo pasó el vuelo para el autor?

10. ¿Con qué personaje literario se comparó?

11. ¿Cuándo se despertó la bella? ¿Qué hizo antes de abandonar el avión?

ESPANTOS DE AGOSTO

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado allí en Toscana. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Nos preguntó cuánto tiempo pensábamos pasar allí y le dijimos que sólo íbamos a almorzar.

− Menos mal, − dijo ella, − porque en esa casa hay espantos.

Mi esposa y yo nos burlamos de la credulidad de la vieja, pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se entusiasmaron con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Pero como habíamos llegado tarde, no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso. Durante el almuerzo Miguel nos contó de uno de los dueños del castillo – Ludovico, que era el gran señor de las artes y de la guerra y quien en un momento de locura del corazón había apuñalado a su dama y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en las tinieblas.

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel parecía una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Miguel había restaurado por completo la planta baja y había hecho construir una sauna y una sala para cultura física. Pero había dejado intacta la habitación de Ludovico en el primer piso. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilo de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía en el dormitorio.

Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de la Iglesia de San Francisco. Luego tomamos un café bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.

Mientras lo hacíamos, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos llamando a Ludovico. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos valor de decirles que no.

Al contrario de lo que temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y los hijos en el cuarto contiguo. Nos dormimos muy pronto, con un sueño denso y continuo.

Me desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa dormía apaciblemente. “Qué tontería, − me dije, − seguir creyendo en fantasmas por estos tiempos”. Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

 

Preguntas del texto:

1. ¿A dónde y para qué llegó un día la familia del autor?

2. ¿Quién les indicó el camino al castillo?

3. ¿Qué advertencia les hizo la pastora?

4. ¿Quién creyó las palabras de la vieja?

5. ¿Qué historia contó Miguel Otero Silva a sus amigos durante el almuerzo?

6. ¿Cómo Miguel Otero Silva había renovado el castillo? ¿Qué habitación había dejado intacta? ¿Cómo era aquella habitación?

7. ¿Qué hicieron los amigos después de conocer el castillo?

8. ¿A quiénes ocurrió la idea de quedarse a dormir en el castillo?

9. ¿Cómo durmieron aquella noche el autor y su esposa?

10. ¿Qué sintió el autor al despertarse? ¿Dónde estaba?

POSTRIMERÍAS

Por la mañana habíamos ido a visitar el Hospital de la Caridad[76]. Admiramos allí debidamente el cuadro famoso de las Postrimerías; y yo no resistí el deseo de citar entre dientes unos versos del doctor Mira de Amescua: “Tumba de huesos cubierta / con un paño de brocado”. Después, pasando de Valdés el teorético al dulce Murillo, nos pusimos a contemplar la Santa Isabel de Hungría que, con sus manos de reina, cura a los leprosos. Luego, saliendo, el patio del hospital: una delicia. Y enfrente, al otro lado de la calle, un vivero de plantas y pájaros...

Otro día más; un día largo, lento, caluroso, feliz.

Tras de la siesta, a la caída de la tarde, empezó a refrescar algo. Andábamos paseando por el parque, y nos sentíamos cansados, bastante cansados. Las vacaciones, con tanta felicidad como aquellos días únicos nos deparaban, fatigan demasiado. Estábamos colmados; y todo a nuestro alrededor, los jardines del Alcázar, los naranjos, aquel cielo tan azul, la ciudad entera, todo nos hacía rebozar el corazón de un cariño excesivo. Había oscurecido, y seguíamos paseando por el parque. No tuvimos ganas de volver al hotel para la cena. En vez de cenar en serio, nos acomodamos junto a una mesilla de mármol bajo aquella arboleda, y pedimos helados de avellana con galletitas, unas galletitas muy finas, y decidimos continuar hasta quién sabe qué hora agradablemente instalados allí bajo las frondas del parque, ya anochecido. Ya habían desaparecido los grupos de niños con sus niñeras, las familias, y apenas quedaban algunas parejas calladas como nosotros. A la distancia, junto al quiosco, los camareros en chaquetillas blancas charlaban en voz baja.

Nosotros disfrutábamos de nuestro silencio; nos mirábamos de vez en cuando y nos sonreíamos en la oscuridad.

− Mira, fíjate, − dijo ella de pronto, − qué raro, cómo le brillan los ojos a aquel perro.

− Sí, a los animales les brillan mucho los ojos por la noche. Recuerdo que una vez...

− Pero, ay, fíjate, ese pobrecito está cojo. ¿No ves cómo anda?

− Se hace el cojo. A los perros, tú sabes, les da a veces por hacerse el cojo. En cojera de perro...

− No, no lo creo; creo que no; ése es cojo de veras.

− Ya te convencerás de que no. Ahí se acerca.

Se nos acercó poco a poco. Era cojo, tenía una pata quebrada. Y ahora, ya estaba ahí, al lado nuestro.

− Toma, pobrecito, − le dijo ella, dándole un bizcocho. − ¿Qué es lo que te ha pasado a ti, pobrecito?

El animal la miró con sus ojos vidriados, y ella le puso la mano sobre la cabeza.

− No, no, − protesté yo. – No, querida. ¿No comprendes que ese bicho está tiñoso?

− Mira, el pobrecito necesita cariño.

Y su mano acarició la cabeza que el perro alzaba con avidez entornando los ojos agradecidos. Lo que brillaba ahora en la oscuridad era el diamante del anillo en su mano.

Bajo su caricia, el perro quería acercar más y más el hocico húmedo.

− Pero, por Dios, ¿no te das cuenta de que va a mancharte? ¿No ves que está muy sucio? – insistí con cierta impaciencia.

− Pobrecito, pobrecito, − repetía ella. – Mira cómo le gusta la caricia.

− Sí, pero luego...

− Eso es verdad, − reconoció ella, entristecida, − eso es verdad, luego...

Conseguí alejar el perro. Y después, ya no tardamos mucho en regresar al hotel.

Señor, ¡qué días tan felices! Pero luego...

 

Preguntas del texto:

1. ¿Qué lugar visitaron por la mañana los protagonistas? ¿Qué vieron allí?

2. ¿Cómo pasaron el tiempo después de la siesta?

3. ¿Cómo pasaban las vacacioens? ¿Por qué estaban cansados?

4. ¿Dónde cenaron aquella noche?

5. ¿Cómo era el parque anochecido?

6. ¿A quién notó la pareja junto a ellos?

7. ¿Cómo era el perro?

8. ¿Qué sintieron hacia el perro el hombre y la mujer?

9. ¿Qué hizo la mujer para el perro?

10. Imaginen, ¿cómo será el futuro de la pareja?

EL PEZ ÚNICO

El gabinete brasileño tenía aire de decoración del rey Midas[77], con biombos del emperador de Japón. Sobre una mesita brillaba una pecera de cristal azuloso en que el pez más inverosímil del mundo se paseaba como por un palacio. En la paz sestera del salón de Río de Janeiro esta pecera en el centro de la habitación era como el símbolo de un misterio y de una adoración.

Don Américo, repleto y callado, y doña Lía, silenciosa y amuñecada, estaban satisfechos de sus rentas. Don Américo y doña Lía no tenían más deber que no interrumpir esta lluvia de riqueza.

− Lía, estás demasiado inmóvil, − dijo don Américo a su mujer asustando al pez con sus palabras.

− Américo, así se conserva mejor la etiqueta, y ya sabes que hoy viene a cenar el excelentísimo don Reinaldo dos Santos.

Doña Lía se movió un poco y por el salón pasó una brisa que lo animó todo.

− ¿Sabes el signo que me parece que hace nuestro pez en el agua? – preguntó don Américo.

− ¿Cuál? – dijo doña Lía.

− El signo del dólar, la ese endemoniada. Y es natural porque vale cinco mil pesos...

Una hora más tarde el timbre sonó en el fondo de la casa, y a los pocos momentos un criado en guantes blancos introdujo en el salón al excelentísimo señor don Reinaldo dos Santos de Albuquerque da Silva.

Durante un largo rato se repartían cortesías, saludos y excelencias entre los tres reunidos. Don Reinaldo alabó copiosamente todas aquellas riquezas que convertían en sacristía búdica el salón de don Américo y doña Lía. Al llegar a la pecera se quedó asombrado.

− Pero, ¿qué pez es éste? – preguntó a los amos.

− ¡Ah, este pez es un pez inencontrable y mágico! – dijo ponderativo don Américo mientras el huésped miraba con sumo interés el fondo de la pecera.

El pez se movía en el agua con pretensiones de bolsillo de brillantes y zafiros montados sobre malla de oro.

− Este pez, − continuó don Américo, − es un pez único de la India, que ha necesitado cien años de cruces y cuidados para tener tan bellos matices.

− ¡Y a nosotros nos ha costado cinco mil pesos! – declaró doña Lía dejando inmóvil al invitado.

Don Américo y doña Lía se miraron satisfechos de ver una admiración tan enorme frente a su pez único.

Don Reinaldo espiaba en un espejo lejano el gesto de los dueños de la casa, y, volviéndoles la espalda, en un santiamén metió la mano en la pecera, apañó el pez y en un abrir y cerrar de ojos, ¡zas! se tragó el pez inaudito, el pez insólito, la filigrana tierna y centenaria.

− ¡Oh!

− ¡Ah!

Dos inmensas exclamaciones de pavor atravesaron como dos balas el espejo en que don Reinaldo volvía a sonreír satisfecho.

− ¿Pero qué ha hecho su excelencia? – preguntaron a coro don Américo y doña Lía.

Don Reinaldo, cínico y lleno de sensatez salvaje, respondió:

− ¡Un pez de cinco mil pesos! ¿Es que creen Ustedes que volveré a encontrarme un pez así? Lo contaré en todas partes como la fechoría más gloriosa de mi vida. ¡He comido un pez de cinco mil pesos!

Don Américo, que le oía atónito y colérico, se dirigió a él señalándole con el dedo la puerta y le dijo:

− ¡Váyase![78]... Ya ha comido Usted en mi casa para toda la vida.

− Muchas gracias, − respondió don Reinaldo, − ha bastado el entremés para quitarme el apetito... Muchas gracias.

Y don Reinaldo desapareció en el pasillo.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Dónde vivían don Américo y doña Lía? ¿Eran ricos o pobres? ¿Eran nobles?

2. ¿Cómo era su salón? ¿Qué había allí en el centro?

3. ¿A quién esperaban los esposos aquel día para cenar?

4. ¿Qué atrajo la atención de don Reinaldo en el salón de don Américo y doña Lía?

5. ¿Cuánto valía el pez único?

6. ¿Qué hizo don Reinaldo volviéndose de espaldas a los dueños de la casa?

7. ¿Cómo explicó don Reinaldo su acción?

8. ¿Qué le dijo a eso don Américo?

 

TRIÁNGULO ISÓSCELES

El abogado Arsenio Portales y la ex actriz Fanny Araluce llevaban doce apacibles años de casados. Desde el comienzo, Arsenio había exigido a Fanny que dejara la escena[79].

A ella le había costado mucho aceptar esa exigencia que le parecía absurda. Además, su marido pensaba que ella no tenía talento para triunfar en el teatro. “Eres demasiado transparente, − solía decirle Arsenio. − En cada uno de tus personajes estás tú. El verdadero actor debe ser opaco como ser humano. Sólo así podrá convertirse en otro. Tú sí tienes un temperamento artístico, pero a mi parecer debes dedicarte a la pintura o a las letras, es decir a un arte en el que la transparencia constituye una virtud y no un defecto”.

Fanny le dejaba exponer su teoría, pero en realidad él nunca la había convencido. Si había renunciado a ser actriz, era por amor. Él no lo entendía ni valoraba. Sin embargo, en la vida cotidiana, privada, Fanny era ordenada, sobria, casi perfecta ama de casa.

Probablemente demasiado perfecta para el doctor Portales. En los últimos dos años, el abogado mantenía una relación clandestina pero estable con una mujer apasionada, carnal, contradictoria y atractiva.

Como lugar adecuado para esos encuentros, Portales alquiló un apartamento a sólo ocho cuadras de su casa. A su mujer le decía que por motivos profesionales debía viajar semanalmente a Buenos Aires. Le dio también el teléfono de un colega porteño, que tenía instrucciones precisas: “¿Arsenio? Fue a una reunión que creo va a prolongarse hasta muy tarde”. Pero Fanny nunca llamó.

Arsenio y Raquel, su amante, se veían los martes porque éste era el día cuando el marido de Raquel solía emprender su inspección semanal de la estancia. Cenaban en casa y nunca salían al cine o al restaurante por temor que les vieran juntos[80]. Luego se amaban de una manera traviesa y juvenil. Cada martes Portales se sentía revivir. Cada miércoles le costaba[81] un poco regresar a las buenas costumbres de su hogar.

Para la vuelta Portales tomaba ciertas precauciones. Llamaba un taxi e iba al aeropuerto, donde tomaba otro taxi para regresar a casa. Dentro de esa rutina, Fanny siempre le preguntaba cómo había pasado su viaje y él inventaba con esmero los pormenores de las aburridas sesiones de trabajo con sus clientes terminando siempre con “¡Qué bueno es estar de vuelta en casa!”

Llegó por fin el martes en que se cumplían dos años de su relación con Raquel. Portales le consiguió un collar de pequeños mosaicos florentinos que le había traído de Italia un cliente. Portales llegó a su apartamento alquilado, puso el champán en la heladera, preparó las copas, se acomodó en la mecedora, y se puso a esperar, más impaciente que otras veces, a Raquel.

Ésta llegó más tarde que de costumbre. Es que ella había ido a comprar su regalo para Arsenio: una corbata de seda con franjas azules sobre el fondo gris. Fue entonces que Arsenio Portales le dio el estuche con collar. A ella le encantó. “Voy un momento al baño, así veo cómo me queda,” – y le besó al salir.

Sin embargo, Raquel demoraba en el baño y él empezó a inquietarse. Se levantó, se arrimó a la puerta cerrada y preguntó:

− ¿Qué tal? ¿Te sientes bien?

− Estupendamente bien, − contestó ella. – Enseguida estoy contigo.

Portales volvió a sentarse en la mecedora. Cinco minutos después la puerta del baño se abrió, pero, para sorpresa de Portales, no apareció Raquel sino Fanny, su mujer, que lucía el collar florentino. Portales, estupefacto, exclamó:

− ¡Fanny! ¿Qué haces aquí?

− ¿Aquí? Pues, lo de todos los martes. Tengo una cita contigo. Soy Fanny y también soy Raquel. En casa soy tu mujer, Fanny de Portales, aquí soy ex actriz Fanny Araluce. En casa soy transparente y aquí soy opaca, ayudada por el maquillaje, las pelucas y un buen libreto, claro.

Arsenio seguía con la boca abierta.

− ¿Te das cuenta? Me has traicionado conmigo misma. Y ahora después de este éxito dramático te anuncio solemnemente que vuelvo al teatro.

− Tu voz, − murmuró Arsenio, − algo extraño había en tu voz. Hasta el color de tus ojos es otro.

− Claro que no. ¿Para qué existen las lentes de contacto verdes?

Portales cerró los puños más desorientado que furioso, más abatido que iracundo.

− Me has engañado, − dijo con voz ronca.

− Por supuesto, − dijo Fanny / Raquel.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cuántos años llevaban de casados Arsenio y Fanny?

2. ¿Por qué Arsenio pensaba que su mujer no tenía talento de actriz?

3. ¿Cómo era Fanny en la vida cotidiana?

4. ¿Cómo era la mujer con la que Arsenio mantenía una relación clandestina?

5. ¿Qué pretexto inventó Arsenio para justificar su ausencia ante su mujer?

6. ¿Cómo pasaba tardes con Raquel?

7. ¿Qué precauciones tomaba para regresar a casa?

8. ¿Qué regalo preparó Arsenio para Raquel para el día cuando se cumplían dos años de su relación?

9. ¿Quién apareció de pronto en el apartamento de Arsenio y Raquel?

10. ¿Cómo explicó Fanny su presencia?

11. ¿Qué planes hacía Fanny para su futuro?

 

 

ROSAMUNDA

Estaba amaneciendo, al fin. El compartimento de tercera clase olía a cansancio, a tabaco y a botas de soldado. Ahora se podía ver a la gente acurrucada, a hombres y mujeres dormidos en sus asientos duros. Era aquél vagón-tranvía, muy incómodo, con el pasillo lleno de cestas y maletas. Por las ventanas se veía el campo y la raya plateada del mar.

Rosamunda se despertó. Le dolía el cuello – su largo cuello marchito. Echó una mirada a su alrededor y se sintió aliviada al ver que sus compañeros de viaje seguían durmiendo. Salió con grandes precauciones, para no despertar, para no molestar, “con pasos de hada”, − pensó, − hasta la plataforma.

El día era glorioso. Apenas se notaba el frío del amanecer. Se veía el mar entre naranjos y Rosamunda se quedó como hipnotizada por el verde profundo de los árboles, por el azul claro del mar.

− ¿En qué piensa Vd?

A su lado estaba un soldadillo. Un muchachito pálido. Parecía bien educado. Parecía a su hijo. A un hijo suyo que había muerto. No al que vivía, no, de ninguna manera.

− Estaba recordando unos versos míos. Pero si Vd quiere, no tengo inconveniente en recitar...

El muchacho estaba asombrado. Veía a una mujer ya mayor, flaca, con el cabello oxigenado, con el traje de color verde, muy viejo, los pies calzados en unos viejos zapatillos de baile color de plata. Y en el pelo tenía una cinta plateada también, atada con un lacito. Al muchacho le daba pena mirarla, pero al mismo tiempo él tenía interés porque era joven y todo aquello le parecía una aventura.

− Si Vd supiera[82], joven, − dijo Rosamunda de pronto, − lo que este amanecer significa para mí..., este correr otra vez hacia el sur, a mi casa donde no existe la incomprensión de mi esposo. Yo sé que Vd. tiene corazón y es capaz de comprenderme.

Se calló por un momento. El tren corría y el aire se iba haciendo cálido y dorado.

− Yo era una joven rubia, de grandes ojos azules, − continuó Rosamunda, − una joven apasionada por el arte..., de nombre Rosamunda...

Su verdadero nombre era Felisa pero este nombre no le gustaba nada. En su interior desde los tiempos de su adolescencia siempre había sido Rosamunda. Este nombre la salvaba de la estrechez de su casa y de la monotonía de su vida y convirtió al novio zafio y colorado en un príncipe de la leyenda.

− Yo tenía un gran talento dramático y además era poetisa. Tenía dieciseis años apenas, pero me rodeaban los admiradores. En uno de los recitales conocí al hombre que causó mi ruina. Me casé sin saber lo que hacía y él, celoso de mi exito, me tuvo encerrada años y años.

Sí, Felisa se había casado, pero no a los dieciseis años sino a los veintitres. Había conocido a su marido el día cuando recitó versos suyos en casa de una amiga. Él era carnicero. Y lo cierto era que sufría mucho todos aquellos años sin poder recitar los versos. Lloraba y aguantaba las palizas y los gritos de su esposo. Sólo uno de sus hijos la amaba y la entendía, otros – no, otros eran como su padre y se reían de ella.

− Tuve un hijo único. Le llamé Florisel... Crecía delgadito, pálido, así como Vd. Le contaba mi magnífica vida anterior y él me escuchaba... como Vd. ahora, embobado.

Ella sonrió. Sí, el joven la escuchaba absorto.

− Este hijo murió. Yo no lo pude resistir... él era lo único que me ataba a aquella casa. Tuve un arranque, cogí mis maletas y me volví a la gran ciudad de mi juventud y de mis éxitos... Pero mi marido empezó a escribirme cartas tristes y desgarradoras: no podía vivir sin mí, además era padre de Florisel...

El muchacho veía animarse por momentos a aquella figura flaca y estrafalaria que era la mujer. Habló mucho de su futuro y pasado; se veía como “una sílfide cansada”.

− Y, sin embargo, ahora vuelvo a mi deber, vuelvo al lado de marido como quien va a un sepulcro.

Felisa volvió a quedarse triste y miraba absorta a la ventana. Había olvidado aquellos terribles días de hambre en la ciudad grande, las burlas de sus amigos ante sus proyectos fantásticos, había olvidado su llanto y su terror y los insultos y sus besos a aquella carta del marido en que, en su estilo tosco y autoritario a la vez, recordando al hijo muerto, le pedía perdón y la perdonaba.

El soldado se quedó mirándola. ¡Qué tipo más raro, Dios mío! No cabía duda de que estaba loca, la pobre. Al sonreírle ella, notó que le faltaban dos dientes.

El tren se iba deteniendo en una estación de camino. Era la hora del desayuno, del café de la estación venía un olor apetitoso... Felisa miraba hacia los vendedores de rosquillas.

− ¿Me permite Vd. invitarla, señora?

En la mente del soldado empezaba a insinuarse una divertida historia. ¿Y si contarla a sus amigos que había encontrado en el tren una mujer estupenda y que...?

− ¿Invitarme? Muy bien, joven... Y no hay que tratarme con tanto esmero, por favor. Puede Vd. llamarme Rosamunda, no voy a enfadarme por eso.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Dónde desarrolla la acción del cuento?

2. ¿A dónde salió Rosamunda? ¿Cómo pasaba la mañana?

3. ¿A quién encontró?

4. ¿Cómo era Rosamunda desde el punto de vista del joven?

5. ¿Cómo se presentó Rosamunda al soldado?

6. ¿Cuál era su verdadero nombre? ¿Por qué le gustaba tanto el nombre Rosamunda?

7. ¿Cómo pasaba su vida familiar verdadera e inventada?

8. ¿Qué pasó a uno de los hijos de Felisa?

9. ¿Qué hizo la mujer después de la muerte de su hijo?

10. ¿Cómo fue su vida en la ciudad grande? ¿Por qué volvía a la casa de su marido?

11. ¿Qué pensó de ella el muchacho al oír toda su historia?

12. ¿Qué tipo de historia pensó el joven contar a sus compañeros?

 

 

MUY DE MAÑANA

El hombre del puesto de melones tenía un perro atropellado, que arrastraba una pata lastimosamente. El hombre no hablaba con nadie, ni siquiera con los clientes. Se despertaba muy de mañana e iba a la taberna. El perro caminaba junto a él, olisqueaba en un sitio, se entretenía en otro.

En la taberna el hombre tomaba una copa de aguardiente, a veces dos, cuando tenía mucho frío o cuando estaba destemplado. Hacía un cuenco con la mano y vertía un poco de aguardiente en él. Se lo ofrecía al perro, que lamía ávidamente. El perro también desayunaba con aguardiente.

De este hombre se sabía solamente en la vecindad que se llamaba Roque, y el perro, Cartucho. Cartucho era perro vagabundo, al que un buey dejó tuerto con la punta de un cuerno. Cartucho es el perro de los vertederos, diversión cruel de muchachos, aullador eterno del invierno.

Roque y Cartucho no eran como amo y perro, eran casi como hermanos. Se parecían. Roque era pardo, feo, sin edad, ¿cuarenta, o cincuenta, o más años? Roque tenía una mirada perruna, triste casi siempre, alguna vez, feroz. Cartucho era pardo también, con unos ojos pitañosos, bobos, temerosos. El miedo y la ira se conjugaban en su corazón.

Roque hacía tres comidas al día. Una a media mañana: pan y fiambre. Otra a las dos o tres de la tarde: pan y fiambre. La última a las nueve de la noche: pan y un poco de aceite. El perro comía lo mismo que Roque. De vez en cuando aprovechaban un melón.

Aquel octubre hacía mucho frío. El montón de los melones había bajado. Cuando había viento los melones silbaban. Parecía que los melones silbaban porque el viento juega entre ellos y se pierde en el laberinto.

De noche y de madrugada Roque solía hablar con el guarda. Eran conversaciones sin tema, balbucientes, infantiles. Roque llamaba a Cartucho y bebía un trago de su botella. El guarda hacía lo mismo sentado en un tronco cerca de la carretera.

− ¿Qué tal hoy la venta? – preguntó un día el guarda.

− Mal, − contestó Roque y Cartucho alzó la oreja al pasar un automóvil a gran velocidad.

− Oiga, ¿cuándo levanta el puesto?

− Mañana mismo.

− ¿Y lo que le queda?

− Es poco. Liquido barato.

− ¿Vuelve a su tierra?

− No, soy de aquí. Voy a trabajar.

− ¿En qué?

− Ahora no sé. Ya veremos.

Cartucho alargó el hocico y olía el barrullo de papeles que cubrían el sobrante de la cena del hombre y que comería en esta hora primera de la mañana.

− Quieto, − dijo el guarda.

− No lo toca, hombre, − explicó Roque, − no come más que lo que le dan.

Cartucho se metió entre las piernas de su amo y enseñó los dientes.

El guarda comentó:

− Es feo el demonio del perro, ¿no le parece?

− ¿Feo? No lo creo así.

− ¿Y de qué tiene la pata rota?

− Un coche.

Por la mañana la calle estaba blanca y vacía, como muerta. La taberna bostezaba despertándose. El mostrador de estaño brillaba apagadamente.

− Una copa de aguardiente.

Roque vertió un poco en el cuenco de la mano para Cartucho. El perro lamió moviendo el muñón del rabo. Le brillaban los ojos alegres. Roque sonreía mostrando al sonreír sus dientes terribles de animal de combate.

− Otra copa.

Cartucho arañaba con las manos la pierna de Roque. Roque sonrió y confesó al tabernero, indiferente a esta expansión de ternura:

− No podría vivir sin él.

Roque pagó y salió a la calle. Era el último día de la venta. Todavía no pasó a la acera, estaba en la calzada. Roque tenía alegría en el corazón. Iba a terminar su trabajo y el sabor del aguardiente en la boca le daba fuerza.

− Cartucho.

Pero Cartucho saltó a la calzada. Se oyó un motor que avanzaba como una tormenta desde la blancura del fondo.

− Cartucho, Cartucho.

El perro dudó. El coche estaba ya muy cerca. Roque se lanzó a la carretera. El coche hizo un viraje para no atropellarle, pasó sobre Cartucho y continuó lejano, veloz, hasta perderse.

− Cartucho, Cartucho.

Roque lo recogió del suelo, lo abrazó. Al perro se le escapaba un hilo de sangre por las fauces. Roque se sentó en el bordillo de la acera.

− ¿Qué ha pasado? – le preguntaban.

Pero Roque no respondía. Sus palabras de propio consuelo eran tremendas, le silbaban en el laberinto de los dientes, como una fuerza de la naturaleza, como un viento huracanado.

La llaga de Roque, la llaga de la soledad de Roque necesitaba de Cartucho.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cómo era el perro del hombre del puesto de melones? ¿Cómo se llamaba?

2. ¿Cómo era Roque, el amo de Cartucho?

3. ¿Cómo solían desayunar Roque y Cartucho? ¿Dónde lo hacían?

4. ¿Qué tiempo hacía aquel octubre?

5. ¿Cuándo y cómo pensaba Roque terminar la venta? ¿Qué planes hacía para el futuro?

6. ¿Qué dijo Roque al día siguiente al tabernero sobre Cartucho?

7. ¿Qué pasó después en la carretera?

8. ¿Qué tal les parece, cómo será la vida de Roque después de lo ocurrido?

 

 

PACTO DE SANGRE

Ahora nadie me llama por mi nombre: Octavio. Todos me llaman abuelo. Incluida mi propia hija. Cuando uno tiene, como yo, ochenta y cuatro años, qué más se puede pedir. No pido nada. Y no hablo. Los demás creen que no puedo hablar, incluso el médico lo cree. Pero yo puedo hablar y por la noche suelo pronunciar mi monólogo en voz baja. Muy a menudo recuerdo a Teresa, mi mujer. Tuvimos cuatro hijos: tres chicos y una chica. El ataque de asma que se la llevó fue el prólogo de mi infarto. Sesenta y ocho tenía ella, y yo setenta. Por eso, ¿con quién voy a hablar? Pienso que para Teresita, mi hija, y para mi yerno soy un peso muerto. Claro que me quieren, pero imagino que es de manera como se puede querer a un mueble de anticuario o a un reloj de cuco o (en estos tiempos) a un microhondas. Mi hija viene por la mañana temprano y no me dice “¿Qué tal papá?” sino “¿Qué tal abuelo?” Al mediodía viene mi yerno Aldo Cagnoli[83] y dice “¿Qué tal abuelo?” Les contesto siempre con una sonrisa, un cabeceo conformista y una mirada, lacrimosa de costumbre, pero inteligente.

El único que con todo derecho me dice abuelo es, por supuesto, mi nieto que se llama Octavio como yo. Mi nieto es el único ser humano con el que hablo, además de conmigo mismo, claro.

Esto empezó hace un año, cuando Octavio tenía siete. Una vez yo estaba con los ojos cerrados y, creyéndome solo, dije en voz alta: “¡Cómo me duele el riñón!” Mi nieto que estaba a mi lado me dijo:

− Pero, abuelo, estás hablando.

Y yo le propuse un convenio: por un lado él mantenía el secreto de que yo podía hablar, y por otro, yo le contaría cuentos que nadie sabía.

− Está bien, − dijo, − pero tenemos que sellarlo con sangre.

Salió y volvió casi enseguida con una hoja de afeitar, un frasco de alcohol y un paquete de algodón. Con toda tranquilidad me hizo un tajito minúsculo y él se hizo otro, ambos en las muñecas. Cuando salieron unas gotas de sangre juntamos nuestras heridas mínimas y nos abrazamos.

Desde entonces, siempre que quedamos solos en casa, lo que ocurre con frecuencia, en cumplimiento del pacto, le cuento cuentos desconocidos e inéditos. Y cada día le cuento algo nuevo, porque tengo a mi disposición prácticamente todo el día para inventar los más inverosímiles detalles.

La verdad es que no recuerdo cómo eran mis hijos cuando tenían la edad que hoy tiene Octavio. El mayor, Simón, murió. El segundo, Braúlio, está en Denver con su familia. A veces me envía fotos tomadas en su encantadora Polaroid, o alguna postal. Siempre añade al final: un abrazo para el Viejo. El Viejo soy yo. Recuerdo que una vez me regaló una radio a transistores que a menudo queda sin pilas. Mi tercer hijo se llama Diego y está en Europa, enseña en Zurich, me parece, sabe alemán y todo. Tiene dos hijas, que también saben alemán pero en cambio no saben español. Diego escribe menos que Braúlio, pero envía una postal para la Navidad en la que las niñas ponen sus saludos pero en alemán.

Entonces, mis contactos con el mundo se reducen a mi hija y su marido, al médico y al enfermero, y, sobre todo, a mi nieto, que es lo único que me mantiene vivo. Es decir, me mantenía. Porque ayer por la mañana vino, me besó y me dijo:

− Abuelo, me voy por quince días a Denver a la casa del tío Braúlio, ya que saqué buenas notas y me gané estas vacaciones.

Se me hizo un nudo en la garganta y no pude decir nada. Además estaban en la habitación mi hija y mi yerno. Así que abracé a Octavio, le apreté la mano y puse mi muñeca junto a la suya como testimonio de lo que ambos sabíamos y él entendió que le echaría mucho de menos. Y se fueron.

Tres o cuatro horas más tarde volvió a entrar Aldo, sólo Aldo, y me dijo:

− Mire, abuelo, Octavio no se fue para quince días sino para un año y tal vez más. Queremos que estudie[84] en los Estados Unidos. Así aprenderá desde niño el idioma y tendrá una formación que va a servirle mucho. Él tampoco lo sabe, se lo diremos por carta. Le quiere mucho, abuelo.

Y me abandonó y me dejó a solas con mi abandono, porque ahora sí que no tengo a nadie, y tampoco a nadie con quien hablar.

Comprendí que ahora sí tengo ganas de morir como corresponde a un viejo de ochenta y cuatro años. Moriré sin decir nada, ni ciao[85], ni apenas adiosito con la última mirada, para que alguna vez sepa[86] Octavio, mi nieto, que ni siquiera en ese instante peliagudo violé nuestro pacto de sangre.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cuántos años tiene Octavio? ¿Cómo le llaman todos?

2. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Cómo murió su mujer?

3. ¿Cómo describe el amor de su hija y su yerno? ¿Cómo le tratan?

4. ¿Con quién habla el abuelo?

5. ¿Cuándo empezó su amistad con Octavio el nieto?

6. ¿Qué convenio hicieron? ¿Cómo sellaron el pacto?

7. ¿Cómo pasaban el tiempo cuando estaban solos en casa?

8. ¿Qué sabemos de otros hijos del abuelo y sus familias?

9. ¿Dónde iba a pasar Octavio el nieto sus vacaciones?

10. ¿Es verdad que se marchó sólo para quince días?

11. ¿Qué sintió el abuelo al separarse con su nieto?

 


VOCABULARIO


A

аbalanzarsе – бросаться, набрасываться

abandonar – покидать

abandono (m) – заброшенность; запустение; беспомощное состояние

abatir – унижать; угнетать, подавлять

abordar (el avión) – взойти на борт (самолета)

aborrecer – ненавидеть; питать отвращение

abrazar(se) − обнимать(ся)

abrazo (m) – объятие

abrir – открывать

absorto – поглощенный, увлеченный чем-либо

absurdo – абсурдный

abundante – обильный; изобильный

aburrido – скучный

acabar de + inf. – (Presente, Imperfecto) только что что-то сделать; (в остальных временах) закончить что-либо делать

acamparse – располагаться лагерем; собираться группами

acariciar – ласкать

acartonado – засохший; негнущийся

aceite (m) – оливковое масло

aceptar – принимать, соглашаться

acera (f) – тротуар

acercarse – приближаться

acertar – угадывать

acicalarse – наряжаться

aclarar – уточнять, выяснять

acomodarse – устраиваться, располагаться

a continuación – в продолжение

acordarse de – вспоминать о чем-либо

acorralar – загонять в угол; припирать к стенке

acosar – преследовать; гнать; травить

acostumbrado: estar a. a – быть привычным к чему-либо; иметь обыкновение

acurrucarse – сжиматься, скорчиваться, съеживаться

adecuado – адекватный, подходящий

adivinar – угадывать, догадываться

admirador (m) – поклонник, почитатель

admirar – восхищаться

adolescencia (f) – юность

adoración (f) – обожание, поклонение

adquirir – приобретать, получать,

покупать

advertir − предупреждать

aflicción (f) − огорчение

agacharse – наклоняться, нагибаться; притаиться

agitado – взволнованный, возбужденный

agrietarsе – раскалываться

aguantar – выносить

aguardiente (m) – водка

agujero (m) – дыра, отверстие, (зд.) норка

ahogar – душить; затоплять

ahora – сейчас, теперь

ajeno – чужой

alabanza (f) – похвала

alabar – хвалить

álamo (m) – тополь, a. temblón – осина

alargar – удлинять

albañil (m) – каменщик

alboroto (m) – шум, беспорядок, суматоха

alcanzar – достигать

alcoba (f) – спальня, альков

alcohol (m) – спирт, алкоголь

aldea (f) – деревня

alegrarse – радоваться

alejar – удалять

alentar – дышать; воодушевляться

algarabía (f) – шум, гам, переполох

algodón (m) – хлóпок, вата

algún, alguno – какой-то

alias (lat.) – иначе говоря

aliento (m) − дыхание, quedarse sin a. – остаться без сил

aliviar – облегчать, смягчать, успокаивать

alma (f) – душа

almendra (f) – миндаль

almuerzo (m) – ланч, второй завтрак

alrededor – вокруг

alterar – изменять(ся), искажать(ся)

alto – высокий

altura (f) – высота

alzar – поднимать, приподнимать

amante (m, f) – любовник, любовница

amazonia (f) – амазония, тропический лес

ambos / ambas – оба / обе

amistad (f) – дружба

amo (m) – хозяин

amuñecado – похожий на куклу, разодетый как кукла

anciano (m) – старик, старец

andaluz – андалусийский, андалусиец

anfitrión (m) – амфитрион, радушный хозяин

angustiado – обеспокоенный, о­пе­ча­лен­ный

animal (m) – животное

animar – воодушевлять

anillo (m) – кольцо

anodino – незначительный; банальный

ansiedad (f) – жажда, страстное желание

anterior – предшествующий

anticuario (m) – антиквар

antifaz (m) de dormir – маска для сна

antiguo – старинный

antorcha (f) – факел

anuncio (m) – объявление

añadir – добавить

apacible – спокойный, тихий

apagadamente – робко, застенчиво

apagar – выключать, гасить

apañar – брать в руки, хватать; чинить

aparición (f) – появление; видение

apartar(se) – отделять(ся)

aparte – отдельно, в стороне, поодаль

apasionado – страстный

apenas – едва, с трудом

a pesar de – несмотря на

apetitoso – аппетитный

aplaudir – аплодировать

apoderarse (de) – завладевать чем-либо

apoyar – поддерживать

apoyarse – опираться

aprender – выучить

apresurarse (a) – торопиться, спешить

apretar – жать, сжимать

a propósito – кстати

aprovechar – воспользоваться

apuesta (f) – пари, спор

apuñalar – наносить раны кинжалом

árabe – арабский

arañar – царапать

árbol (m) – дерево

arboleda (f) – аллея; роща

arco (m) iris – радуга

ardiente – жгучий, знойный, страстный

arena (f) – песок

arranque (m) – вытаскивание, вырывание; приступ (гнева)

arrastrar – тащить, волочить

arrebatar – отнимать, похищать

arreglar – улаживать, устраивать (дела)

arriba, de a. – сверху

arrimarse – приближаться; прислоняться

arrogancia – высокомерие, самомнение

arrojar – бросать, метать, швырять

asar – жарить, поджаривать

asegurar – уверять

asiento (m) – место

asombrarse – удивляться

asombro (m) – удивление

aspaviento (m) – кривляние

aspecto (m) – внешний вид

astuto – хитрый

asustar(se) – пугать(ся)

ataque (m) – приступ (болезни), a. de asma – приступ астмы

atar – привязывать

aterrizaje (m) – посадка (самолета)

atónito – удивленный, изумленный

atortolado – ошеломленный, рас­те­рян­ный

atractivo – привлекательный

atrás – назад

atreverse (a) – осмеливаться

atribuir – присуждать, присваивать

atropellar – сбить (о машине)

audiencia (f) – аудиенция, прием

aullar – выть, завывать

aun – даже

aún – еще, до сих пор

ausencia (f) − отсутствие

autoritario – авторитарный, властный

avanzar – двигать вперед, продвигать; проходить, продвигаться

ave (m) – птица

avellana (f) – лесной орех

aventura (f) – приключение

avergonzado – стыдливый, смущенный

ávido – жадный

avidez (f) – жадность

avío (m) – принадлежность

avisar – сообщать, предупреждать

ayuda (f) – помощь

ayudar – помогать

azafata (f) – стюардесса

azor (m) – ястреб

azulado – голубоватый, синеватый

azuloso – голубоватый, синеватый

azuzar – науськивать, натравливать (собак)

B

bagatela (f) – пустяк, мелочь, безделушка

bailar – танцевать

bajar – спускаться; спускать, опускать

bala (f) – пуля; снаряд, ядро

balbucear – лепетать, бормотать, мямлить

balbuciente – лепечущий, бормочущий; неясный

ballena (f) – кит

bambú (m) – бамбук

banco (m) – скамейка

baranda (f) – перекладина, парапет

barato – дешевый

barco (m) – корабль, b. de vapor - пароход

barniz (m) – лак

barrullo (m) – шум, беспорядок, суматоха

belleza (f) – красота

bello – красивый

besar – целовать

bestia (f) – зверь, животное

bicicleta (f) − велосипед, andar en b. – кататься на велосипеде

bicho (m) – тварь, живое существо, зверь

bien (m) – благо, польза; (рl) имущество

biombo (m) – ширма

bizcocho (m) – печенье

blancura (f) – белизна

blasfemiar – богохульствовать

bobo – глупый, дурак

boca (f) – рот

bocarriba – на спине

bolsillo (m) – кошелек; карман

bordar – вышивать

bordillo (m) – бортовой камень (тротуара)

borracho – пьяный

borrar – стирать (резинкой), зачеркивать

bosque (m) – лес

bostezar – зевать

bota (f) – бурдюк, мех; бочка; сапог

botella (f) – бутылка

brasa (f) – жар, раскаленные угли

brazo (m) – рука (от кисти до плеча)

brillar – сверкать, блестеть

brillo (m) – блеск

brindar – поднимать бокал, произносить тост

brocado (m) − вышивка

broma (f) – шутка

brotar – прорастать, пускать почки, распускаться; появляться, возникать

brote (m) – почка, побег, бутон, росток

bruto – грубый

búdico – буддийский

buey (m) – вол

bufido (m) – сопение, фырканье

burgués – городской, буржуазный

burlarse – насмехаться

burro (m) – осел

buscar – искать

 

C

caballeriza (f) – конюшня

caballero (m) – кабальеро, рыцарь, дворянин

caballete (m) – мольберт

caballo (m) – конь, c. de batalla – пристрастие, конёк

cabeceo (m) – качание головой

cabellera (f) – волосы, шевелюра

cabeza (f) – голова

cabriola (f) – пируэт, кувыркание

cadena (f) – цепь, цепочка

caja (f) – коробка

caldera (f) – котел

calderero (m) – медник, котельщик

calidad (f) – качество

cálido – жаркий, горячий

calma (f) − спокойствие; штиль

caluroso – жаркий

calzada (f) – мощёная дорога, шоссе

callado – тихий, молчаливый

callar – молчать

cámara (f) – палата, покои, каюта

camaradería (f) – товарищеские отношения, дружба

camarero (m) – официант

camarote (m) – кубрик; каюта

cambiar – менять

cambio (m) обмен, en c. – наоборот, напротив

caminar – передвигаться, ходить, ехать

camión (m) – грузовик

campana (f) – колокол

campo (m) – поле

canario (m) – канарейка

candela (f) – свеча

cansancio (m) – усталость

cañada (f) – ущелье, расщелина

capacidad (f) – способность

capaz – способный

capital (f) – столица

capitán (m) – капитан

captar – хватать

cara (f) лицо, c. a c. – лицом к лицу

caravana (f) – караван

carbunclo (m) – карбункул, рубин

carecer (de) – испытывать недостаток, не располагать чем-либо

carga (f) – погрузка; груз

caricia (f) – ласка

cariño (m) – нежность

cariñoso – нежный

carnal – плотский, телесный

carne (f) – мясо; плоть

carnicero (m) – мясник

carpintero (m) – плотник

carretera (f) – шоссе

carta (f) – письмо

cartero (m) – почтальон

cartón (m) – картон

cascabel (m) – колокольчик, бубенчик

caso (m) – случай, hacer c. a – обращать внимание; no hace el menor c. – не обращать ни малейшего внимания

castillo (m) – замок

casualidad (f) – случайность

causar – вызывать, быть причиной чего-либо

cedro (m) – кедр

cegar – ослепить, сделать слепым

celoso – ревнивый

cena (f) – ужин

ceniza (f) – зола, пепел

centenario – столетний

ceremonioso – торжественный, церемонный

cerrar – закрывать

cerrojo (m) – задвижка; засов; затвор

cetro (m) – скипетр; жезл

cicatero – скупой, скаредный

ciego – слепой

ciertamente – точно, верно

cierto – в<


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